Entrevista realizada al Ing. Carlos Slim Helú, por Estela Caparelli, publicada en la Revista Época Negocios, núm. 6, del 1o. de agosto de 2007.

Quién es, cómo vive y qué piensa el hombre más rico del mundo

Entrevistamos a Carlos Slim, el empresario mexicano que desplazó a Bill Gates en el ranking de los billonarios. Con un pie en la vieja economía y otro en la nueva, no utiliza computadoras pero gana dinero como nadie lo hace en la era de la globalización. Su consejero es el futurólogo y amigo, Alvin Toffler.

Estela Caparelli, en Ciudad de México
www.epocanegocios.com.br

Cuando el taxi ingresa al barrio Lomas de Chapultepec, pienso que no habría un mejor lugar en Ciudad de México para la casa y la oficina del nuevo hombre más rico del mundo, el mexicano de origen libanés Carlos Slim Helú. En “Las Lomas”, como se conoce  la zona, grandes casas y edificios con las firmas de renombrados arquitectos mexicanos, como Luis Barragán y Ricardo Legorreta, fueron construidas en los terrenos más caros del país. En la calle Paseo las Palmas, se divisan por la ventana del carro los jóvenes ejecutivos, bien vestidos, que trabajan en las empresas vecinas de Slim, los bancos JP Morgan y Tokio-Mitsubishi. “El 736 es allí”, dice el taxista, señalando al edificio de tres pisos en el que está la sede del Grupo Financiero Inbursa, que abriga la oficina del empresario. El edificio nada tiene de especial. En el pequeño hall principal, piso y paredes de mármol. Cruzo por la recepción, subo dos tramos de escalera y me siento en un sofá de cuero, a la espera de una señal de la secretaria para llegar al hombre más poderoso de México, cuya fortuna e influencia motivan apasionadas conversaciones entre los mexicanos de todas las clases sociales. El gusto espartano sugiere que los decoradores no tienen influencia en este lugar, pero esa sensación de simplicidad se diluye cuando los ojos se posan en las pinturas y esculturas de la colección particular de Slim, distribuidas en el ambiente. Éstas constituyen una de las glorias personales del empresario, y ocupan todos los rincones y paredes. Trabajos de pintores como Van Gogh, Renoir y Diego Rivera dividen el espacio con La Primavera Eterna, una de las centenares de obras del escultor Auguste Rodin adquiridas por su mayor coleccionador privado, el propio Slim.

“ESO (SER EL MÁS RICO) ES IRRELEVANTE, NO ESTOY EN UN JUEGO DE FÚTBOL”

Me llaman para la entrevista y descubro que quien controla a Claro y la Embratel, en Brasil, despacha en una sala amplia y austera, de alrededor de 80 metros cuadrados. El lugar transpira su presencia. En el rincón derecho hay una mesa rectangular repleta de papeles y sin computadora. El empresario no utiliza ni nunca utilizó ese tipo de equipos. No lee documentos en pantalla, ni envía o recibe e-mails. Slim acostumbra decir que toda la información necesaria para tomar una decisión de negocios tiene que alcanzar en una hoja de papel. Pegado a  la pared, cerca de la puerta principal, está un conjunto de sofás de cuero verde y un cenicero de cristal en el que descansa un encendedor, señal de la presencia de un aficionado de los puros Cohiba, de los que fuma al menos dos al día. A la par de los sofás, en un pedestal, la escultura Los Últimos Días de Napoleón, del escultor suizo Vicenio Vela (“Está ahí para que no se olvide de que es necesario tener siempre los pies en el piso”, dice una fuente cercana al empresario). En el rincón izquierdo, una pared repleta de libros con temas relacionados a historia, economía y su deporte favorito: el béisbol. Al lado está la mesa de reuniones ovalada, ocupada también por papeles. Cercando el lugar, oleos de pintores mexicanos como Gerardo Murillo y José María Velasco. La decoración refleja, a su modo minimalista, algunos de los principios torales del modelo slimiano de administración: practicidad, austeridad, adopción de estructuras simples e inversiones en activos rentables.

UN SEÑOR ENTRA EN LA SALA Y HACE UN GESTO AFECTUOSO. ES ÉL, SLIM.

Un señor de estatura mediana y gestos afectuosos, ingresa, finalmente, a la oficina. Es Slim. Tiene 67 años. Viste una camisa social blanca, con sus iniciales bordadas, y una corbata verde menta, sin saco. En la plática, el titán latino habla de su receta personal de administración, de la globalización y de temas como  Brasil, redistribución de la riqueza, e incluso, de la felicidad. No rehusó responder una sola pregunta. Con buen humor, sentado delante de mí con el brazo apoyado en la silla que tenía a su lado, apenas endureció el tono al comentar el acontecimiento épico más reciente en su biografía: haber sido señalado, el mes pasado, como el hombre más rico del mundo, desplazando al fundador de Microsoft, Bill Gates, que ocupó por 13 años la posición cumbre en La lista de la fortuna de la revista Forbes. El hecho, anunciado por un respetado sitio Web mexicano de economía, Sentido Común, que sigue de cerca la evolución de la fortuna de Slim en la bolsa, provocó toda suerte de comentarios y atrajo una avalancha de atención indeseada. Una vez más, se abrió el debate sobre el virtual monopolio de Telmex, que posee el 91% de la telefonía fija en México. Se habló claro sobre la paradoja que significa la riqueza faraónica de Slim en un país con tantos millones de pobres. Una vez más se discutió sobre cuánto el empresario dedica a la filantropía, al compararlo con donantes generosos como Gates o Warreb Buffet, el tercero en la lista de Forbes.

En la entrevista, Slim insistió en desdeñar su nueva posición como el hombre más rico del planeta. “No recibí esa noticia, pero no tiene relevancia”, afirma con el semblante cargado. “No es una competencia, no estoy jugando fútbol”.  Lo que le preocupa, afirma, es cuánto están invirtiendo sus empresas y qué pasa con ellas. Su principal desafío, explica, es utilizar la Fundación Carso y otros brazos filantrópicos de su grupo para combatir la exclusión y la pobreza, invirtiendo en salud, educación y empleo. El presupuesto es de US$ 10 billones en los próximos cuatro años. “Nadie se lleva nada de este mundo al morir”, afirma. “La riqueza debe ser administrada con eficiencia, probidad, eficacia y sobriedad”.

Existen atajos para entender la personalidad de un hombre que controla el equivalente a 7,5% del PIB de México (una comparación que, por lo demás, abomina). En primer lugar está el padre, un comerciante libanés que llegó al Nuevo Mundo, próximo a las convulsiones políticas de la revolución mexicana, a inicios del siglo XX. Al igual que su padre, Slim es un hombre de familia, que vive rodeado por hijos y yernos, en la vida y en los negocios. Como su padre, es un negociante obstinado, heredero de una tradición libanesa que viene de los fenicios, los primeros vendedores internacionales en el planeta. A diferencia de otros millonarios recientes, Slim no es un hombre moderno en el sentido tecnológico o cosmopolita de la palabra. Se formó en la vieja economía y sus ídolos empresariales son Warren Buffet – con quien aprendió en comprar a la baja – y Jean Paul Getty, muerto en 1976, coleccionista de arte y magnate americano del petróleo. Getty acuñó, en 1957, la frase que se hizo famosa por su melancolía: “Un billón de dólares ya no es lo que acostumbraba ser”. Slim descubrió a Getty aún joven, leyendo un reportaje en la revista Playboy.

ESTADÍSTICAS DE BÉISBOL

Anticuado al creador de los celulares prepago en México le gustan las cosas antiguas, como Sofía Loren y los boleros. Sus películas favoritas son Tiempos Modernos, de Charles Chaplin, y El Cid, un épico de capa y espada con Charlton Heston en el papel principal. Su simplicidad personal es legendaria: viste corbatas de su propia tienda, Samborns, y se divierte solo rehaciendo a mano las estadísticas sobre béisbol. No utiliza computadoras, aun cuando entre sus mejores amigos esté el científico norteamericano Nicholas Negroponte – padre de la computadora de US$ 100, a quien le prometió desembolsar US$ 50 millones para distribuirlas entre estudiantes mexicanos y de América Central – y Alvin Toffler, el futurólogo. Éste es una especie de mentor del empresario y de sus hijos, a quienes acostumbra ofrecer charlas domésticas, informales. A lo largo de la entrevista, en más de una oportunidad Slim se apoyó en las ideas de Toffler para explicar las propias, como al definir el nuevo mundo de los servicios creado por la tecnología y la educación: “Lo maravilloso de la nueva civilización es que se desarrolla y sostiene con el bienestar de los demás. A nadie más le conviene explotar a otra persona, a la pobreza”.

Hay una historia que cuenta Arturo Ayub, yerno de Slim, que ayuda a entender cómo la falta de información tecnológica es incapaz de embotar la astucia natural del hombre de negocios. Cuenta Ayub: “Yo comencé la Prodigy, un proveedor de Internet. Un día, llegué muy satisfecho a una reunión diciendo que teníamos 90 mil usuarios. Slim me preguntó: “¿Pero cómo, sólo 90 mil? Yo expliqué que teníamos un problema para expandirnos, porque no había tantas personas con computadora en México. Entonces, dijo: “¿El problema es que las personas no tienen computadoras? Entonces, les vamos a vender computadoras con facilidades”. De la nada, él creó un esquema para financiar computadoras en 24 meses, sin intereses, con cuotas debitadas a la cuenta telefónica. Te puedo decir que, hoy, Telmex es la mayor vendedora de computadoras en México. Vendimos, desde 1999, más de 1,3 millones de computadoras. Al comienzo de la promoción, vendíamos 3 mil computadoras por día”.

SLIM ME PREGUNTA: “¿SI TUVIERAS DINERO, QUÉ HARÍAS?”

Desde que el sitio Web editado por el periodista financiero Eduardo García lo puso en el tope del ranking de los más adinerados del planeta, Slim ha venido intentando minimizar las repercusiones de esa información. Ser el líder en la lista de billonarios significa sobre exposición y mala publicidad: una pésima combinación, en un momento en el que sus empresas preparan decisiones estratégicas para su expansión. Y si existe algo que puede sacar “al ingeniero” de sus casillas, afirman quienes lo conocen, es que le interfieran en su discreta y eficiente rutina de negocios. Sin embargo, le guste o no, la lista existe y en ella el valor de mercado de las acciones de Slim es de US$ 62,9 billones, superior a los US$ 56 billones de Gates y a los US$ 52,4 billones de Buffet, divulgados por la revista Forbes en marzo de este año (2007).

Si la medimos en activos, más que en cifras, la fortuna de Slim es impresionante. Controla o participa en más de 200 empresas, que actúan en sectores tan diversos como telecomunicaciones, minería, alimentos, servicios financieros y restaurantes. Los mexicanos acostumbran decir que es imposible vivir un día en el país sin comprar algún producto o hacer uso de alguno de los servicios de las empresas del Grupo Carso. En Brasil no existe nadie que sea tan remotamente poderoso. El banquero José Safra, por ejemplo, es el brasileño mejor ubicado en la lista de Forbes. Safra comparte la posición número 119 con ocho billonarios internacionales, dueños cada uno de ellos de una fortuna de US$ 6 billones. La fortuna de Safra, sin embargo, equivale a sólo el 0,3% del PIB brasileño, de US$ 1,77 trillones. Si alguien en Brasil fuera el dueño de 7,5% del PIB, la fortuna de ese superbillonario hipotético sería de US$ 133 billones – o 22 veces la fortuna de José Safra.

¿Cómo reacciona Slim a esta situación? “Estoy muy contento de que exista una empresa que, a partir de México, un país en desarrollo, haya creado una compañía transnacional como la América Móvil, que crea valor para los inversionistas y compite globalmente, con éxito, con los grandes del mundo”, afirma. “Es importante  que la globalización pueda hacerse a partir de nuestros países, como la (empresa minera brasileña) Vale do Río Doce lo está demostrando.”

La historia de la extraordinaria acumulación de Slim comenzó en 1966, cuando él, con apenas 26 años, ya tenía lo equivalente, en la época, a US$ 400 mil, obtenidos con inversiones en la bolsa y apoyo del patrimonio familiar. En esa época, recién casado con Soumaya Domit Gemayel, con quien tendría seis hijos, se lanzó al mundo de los negocios adquiriendo empresas en el sector inmobiliario, de construcción civil y embotellamiento de bebidas. En las dos siguientes décadas, su grupo tuvo un crecimiento gradual, típico de los padrones mexicanos. En 1982, todo cambió. En abierto desafío al espíritu de manada, fue de compras en medio de una de las más severas crisis de la moderna economía mexicana. Mientras los inversionistas extranjeros y locales intentaban deshacerse de sus activos a cualquier precio, Slim hizo lo contrario: compró empresas de minería, tiendas minoristas, fábricas de cable y mucho más. Construyó, a lo largo de la crisis y de sus efectos, el mayor conglomerado económico del país – el Grupo Carso – que factura US$ 8,5 billones al año. Esa fue la primera fase de su metamorfosis económica. “Las decisiones que tomé en aquellos años me hicieron recordar la decisión que tomó mi padre en 1914, cuando en plena revolución mexicana, le compró a su hermano el 50% del negocio (familiar), arriesgando todo su capital y su futuro”, dice Slim al biógrafo José Martínez.

La segunda metamorfosis tuvo lugar  en 1990, cuando en compañía de France Telecom, de la Southwestern Bell y de otros 35 inversionistas mexicanos, entró a la subasta de las privatizaciones y arrebató el control de Telmex, el gigante estatal de las telecomunicaciones. Fue así, por la escalada de la telefonía, que llegó a lo más alto del mundo internacional de los negocios. Sus dos compañías telefónicas, Telmex y América Móvil, juntas, valen 16 veces más que el Grupo Carso, con cuatro décadas de existencia. En 1991, cuando su nombre apareció por primera vez en la lista de los billonarios de Forbes, Slim era conocido apenas por unas pocas personas del mundo empresarial mexicano. En aquellos tiempos, manejaba un Thunderbird 1989 y tenía una fortuna estimada en US$ 2,1 billones. Ahora, 17 años después, domina el sector de las telecomunicaciones en América Latina, es un rostro conocido en todo el mundo y se transformó, muy a su pesar, en el hombre más rico del planeta.


  Página 1 de 3 siguiente

Sitio Oficial. Todos los derechos reservados © 2014.